La risa que debe ser amada

Acariciar tu hombro con los labios es lo más parecido a rozar la felicidad que he experimentado; sentirte cerca es un simulacro de infarto y besarte es una explosión atómica dentro de una copa de cristal. Algo similar a la cuantía de dolor que soportaría al pensar que
piensas que podemos perdernos.
El tiempo se vuelve relativo y tus minutos son años de reformatorio para mis adicciones más triviales, como tocarte el trasero al despiste cuando me estás mirando de reojo. 

Disfruto cada rato frente a ti, junto a ti, contra ti, pegada a ti, sobre ti y debajo de ti. Todas las perspectivas son buenas si tú estás en la otra cara de este puzzle. Siempre balanceándonos entre el orden y el caos, titubeando palabras que aparentan cosas imposibles de describir, inefabilidades descriptibles, nudos gramaticales de sentimientos inconexos. Algo tan rebuscado y redundante como intentar explicar un sentimiento. Algo tan simple como decir "Te quiero". 

Palabras tan vanas como insignificantes enfrentadas a lo que siento cuando, sin motivo aparente, tu boca se abre de lado a lado y asoman esos huesecillos por los que me derrito desde el primer momento en que te vi. Hablo sin duda de tu risa, de ese inconfundible sonido que me da un soplo de vida y me alegra el alma. Esa señal satisfactoria de que lo estoy haciendo bien. Ese profundo placer incomparable de escuchar la risa de quien debe ser amada, mi vida. 

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