El último día que fuimos
La tarde en que te confesé todo,
tenía un aroma a sal, y aunque más que confesión fue una confirmación, para mi,
valió igual.
El día estaba soleado, más bien
hacía calor, quedamos en el puerto para la embarcación y yo contaba los
segundos para verte. Ya el día anterior Carmen lo sabía y me aconsejó que te lo
dijera. Yo ignorante de la realidad o quizá ilusa de esperarme otra respuesta,
me propuse contártelo al día siguiente.
Te vi entrar por la puerta y se
me cortó la respiración. Estábamos almorzando en el Mcdonal’s que hace esquina.
Recuerdo que al salir pasé mi brazo sobre tu hombro y te dije: “Ves como si
sabes caminar con alguien a tu lado”. Y tanto que sabes, parecías creada para
enamorar. Todos tus gestos, tu forma de andar, de reír, de hablar. No existe
nada más genial que tu risa. Se nota de lejos lo mucho que te gusta ser y hacer
feliz, todas esas boberías que haces que solo son graciosas si eres tu quien
las lleva a cabo.
Me he ido por las ramas. Ese día,
tras dar mil vueltas para encontrar un sitio del que ver la embarcación,
terminamos con la encerrona nada evidente que nos hicieron todos para dejarnos
solas y que yo pudiera decirte lo que siento. Nos mandaron a la playa y a cada
paso que daba a tu lado tenia menos aliento y más pulso, incluso me sudaban las
manos. Tenía miedo, esperanza, tristeza y felicidad todo dentro de mi,
batallando por ver cual saldría ganadora.
Antes de llegar a la playa viste
una especie de monumento a base de montañas de piedritas y decidiste hacer una
entre las dos, tengo un recuerdo muy tierno de esos minutos, en los que desee
parar el tiempo, era tan feliz, no pensaba en nada más que en ti.
Finalmente llegamos a playa
jardín y allí me pasé los veinte minutos más largos de mi vida, pensando como
escupir esas malditas palabras que taladraban mi pecho.
¿Cómo le dices a tu mejor amiga
que llevas soñando con ella, cada noche, desde hace dos años? Como le dices que
todos tus poemas van dirigidos a ella, que cuando ella te escribe es tu momento
favorito del día, que pasas las tardes sin hablar con ella esperando ese "buenas
noches😘😘😘❤🍓🐎 " sin el que no puedes dejarte dormir, como narices le dices que los días más
felices del año son las fechas en las que hacéis Skype… Eran demasiadas cosas a
confesar, así que decidí empezar por un… “Tengo algo que contarte… pero no se
como hacerlo”. Tras unos segundos de silencio me sentenciaste con un “Ya lo
sabía”, no supe como reaccionar así que sonriendo te dije “¿cómo no me habías
dicho nada?” y entonces solo me contestaste que simplemente ya lo suponías, pero
que no estabas segura.
Nos quedamos en silencio y tú solo supiste decir que te sentías mal por no sentir lo mismo, yo solo podía
mirar el mar en el que estaba deseando ahogarme. Por alguna estúpida razón
esperaba que me correspondieras, aunque mi cabeza iba preparada para tu
respuesta, mi pecho estalló al oírla, sentí como me consumía en mi misma. Sentía
cada palabra un puñal, pero eso no te lo conté. Simplemente seguí hablando
contigo lo más normal que pude, haciendo de aquello una broma, algo típico.
Pero obviamente no lo era. Solamente me pediste una cosa, que no cambiara nada
entre nosotras, pero eso era inevitable.
Desde ese día en adelante no me
respondías igual los buenos días, las buenas noches se daban antes, los tonteos
acabaron, las bromas se convirtieron en pequeñas discusiones estúpidas, los
versos entristecieron y los sueños contigo se volvieron horribles pesadillas de
arrepentimiento. Se acabaron también los te quiero y el último te lo dije antes
de que te fueras, ya sabía que iba a ser la ultima vez en mucho tiempo. No
todas las historias de amor acaban bien, quizás no era el momento, el lugar o
la persona indicada. Pero esa tarde, todas esas sensaciones, no las olvidaré jamás.
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